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Casa Histórica. Museo Nacional de la Independencia

El abogado de las mil batallas

La batalla del 24 de septiembre de 1812 marcó un antes y un después en la vida militar de Manuel Belgrano. Contextualizada en el esfuerzo realizado por los patriotas para alcanzar el Alto Perú, la contienda sirvió para defender el territorio de una invasión total y volcar definitivamente a Tucumán en la escena revolucionaria.

El soldado sentía la sequedad del ambiente en su boca. Partículas de polvo se habían introducido por los orificios de su nariz, impidiéndole la respiración. La ansiedad por la inminente batalla le provocaba un dolor agudo en el estómago, a tal punto que comenzó a recordar aquellos fogones compartidos con sus compañeros de armas, donde no quedaba animal del monte sin carnear. La sed era atroz. No tenía ni siquiera un poco de agua para calmarla, aunque en esos terribles momentos de miedo y angustia hubiera sido lindo tener un aguardiente a mano. A lo lejos, comenzó a divisar el avance realista. El momento había llegado. El sudor frio de las manos le impedía tomar con firmeza su cuchillo. Había decidido no usar fusil, demasiado pesado e incómodo en el manejo. Prefería facón y poncho en mano. Sólo quedaba obedecer las órdenes de los jefes, y encomendarse a la Virgen de las Mercedes para sobrevivir a la violenta jornada, o bien dejar la vida al grito de ¡Viva la Patria!

Era un 24 de septiembre de 1812. A pesar de la lejanía en el tiempo, no resulta difícil imaginar los rostros nerviosos de esa tropa dispuesta a combatir en inferioridad numérica. Manuel Belgrano, jefe del Ejército del Norte, sabía que era mucho lo que estaba en juego para la revolución. Pero al mismo tiempo, un sentimiento de contrariedad lo invadía, al verse abandonado por las mismas autoridades que le habían encomendado dirigir una de las unidades militares más complejas. El Ejército del Norte tenía como misión el avance hacia el difícil teatro de operaciones altoperuano. Luego del desastre de Huaqui de 1811, Belgrano se hizo cargo de liderar una tropa desmoralizada, sin posibilidades de reaccionar ante el inminente ataque de los soldados del Rey. El Éxodo Jujeño del 23 de agosto de 1812 fue la alternativa que encontró, ante un escenario de derrota y desolación.

El intercambio de cartas con Bernardino Rivadavia, secretario del Primer Triunvirato, fue tajante. La retirada debía hacerse hasta Córdoba, y no era viable el envío de armas, ya que Buenos Aires las necesitaba en su lucha contra los realistas de la Banda Oriental. Belgrano quedó librado a su suerte. Dispuesto a seguir las órdenes del gobierno, al adentrarse en Burruyacu, envió a Juan Ramón Balcarce con el objetivo de requisar pertrechos en San Miguel. El plan era tomar provisiones, y continuar hacia Santiago del Estero. Sin embargo, grande fue la sorpresa de Belgrano al enterarse de la oposición de los principales vecinos. Una comisión dirigida por Bernabé Aráoz había recibido a Balcarce para negar la entrega de armas, y ofrecer a cambio toda clase de recursos con el fin de resistir en suelo tucumano la llegada de Pío Tristán, jefe del ejército realista.

Escuchar a Balcarce fue un alivio para Belgrano. Una retirada total significaba dejar en manos enemigas a gran parte del territorio rioplatense. Muy en el fondo de su corazón, no estaba de acuerdo con Rivadavia. Desde Burruyacu, el Creador de la Bandera se puso en marcha con el fin de encarar los preparativos de una difícil batalla. Transcurrían los primeros días de septiembre. El ánimo de la tropa había mejorado. La escaramuza de Las Piedras sirvió para acrecentar el valor.


Manuel Belgrano - Bernardino Rivadavia - Juran Ramón Balcarce

Los trabajos fueron incesantes. Se prepararon grandes cañas con cuchillos atados en los extremos, a modo de lanzas. Las chuzas de tacuara eran el arma preferida de los gauchos. Poco acostumbrados a la disciplina, Belgrano improvisó en muy pocos días un sencillo adiestramiento para ellos. La idea era combatir en las afueras de la ciudad, pero si esta estrategia fallaba, el combate sería en las calles, casa por casa. Para este fin, se habían cavado fosas en los alrededores, protegidas de unos cuantos cañones. Todo el pueblo colaboró en los esfuerzos de guerra. No sólo los hombres, sino también las mujeres. Ellas debían cuidar a los heridos luego de la contienda, mientras que otras se ofrecieron a participar en la lucha.

El 24 de septiembre llegó con la novedad de la cercanía del enemigo. A la madrugada, Gregorio Aráoz de Lamadrid prendió fuego a unos pajonales en la zona de Los Nogales, situación que provocó el desvío de Tristán hacia el oeste. Siguiendo la falda del cerro por el viejo camino del Perú, el arequipeño se dirigió hasta El Manantial, con el fin de tomar la ciudad por el sudoeste. La contienda se desarrolló durante el transcurso de varias horas, en un llano conocido popularmente como Campo de las Carreras, por ser el lugar donde los paisanos hacían gala de sus destrezas cuadreras.

La batalla de Tucumán fue confusa. Los tres mil soldados del Rey superaban en número a la formación patriota, de unos mil quinientos hombres aproximadamente. No obstante, Belgrano tenía a su favor el conocimiento geográfico y la mejor preparación de la caballería gaucha, autoproclamada como Los Decididos. La carga liderada por Balcarce desarticuló el ala izquierda realista, pero el patriota José Superí fue arrollado por la derecha enemiga. El movimiento envolvente se apoderó del terreno, y las comunicaciones entre los jefes se cortaron. La escena, dominada por el polvo, los gritos de dolor de los heridos y el olor a pólvora mezclada con sangre fresca, era de un caos recordado en todas las memorias de los participantes.

El paso del tiempo encontró a Belgrano ubicado en un paraje conocido como El Rincón, mientras Tristán pretendía reorganizarse en El Manantial. En tanto, los jefes patriotas Dorrego y Díaz Vélez decidieron ponerse a resguardo en la plaza, con el objetivo de vigilar a los prisioneros. Hacia la tarde noche, las buenas noticias comenzaron a circular. El ejército rival había sufrido muchas bajas, más de cuatrocientas. Además, una recua de mulas que transportaba los caudales realistas había ingresado por equivocación a la ciudad, confiada en la seguridad de la victoria. El extravío de este dinero y la pérdida de vidas humanas colmaron el ánimo de Tristán, que decidió emprender la retirada en la mañana del 25 de septiembre.

De esta manera, Manuel Belgrano obtuvo una victoria decisiva, digna de ser representada en el más exclusivo de los retratos. Con su famosa desobediencia al Triunvirato, impidió una invasión que hubiera resultado fatal para Buenos Aires. Fue el abogado de las mil batallas. De las libradas en un campo, sufriendo todo tipo de privaciones junto a sus hombres. Pero también de las libradas en los intrincados laberintos de la política revolucionaria.