Luego de liberar los territorios de los actuales países de Argentina, Chile y Perú, cruzando una de las cadenas montañosas más altas del mundo, el General parece esfumarse entre ingratitudes y rencores. La vida en el exilio tuvo un punto de inflexión: la entrevista de Guayaquil. En 1822, las tensiones con Simón Bolívar eran evidentes, por lo que San Martín decidió dar un paso al costado, con el objetivo de allanar el camino hacia la ansiada libertad. La empresa no fue para nada sencilla, y recién en 1824 los americanos lograron derrotar el yugo español en los campos de Ayacucho.
San Martín eligió suelo europeo para pasar sus días. Las elites dirigentes de Buenos Aires no le perdonaban el hecho de no haber acudido con el Ejército de los Andes a defender la capital, invadida por las fuerzas del litoral en 1820. Estas elites no comprendían que San Martín no podía y no quería disponer sus fuerzas militares en guerras civiles.
Hacia 1824, San Martín se encontraba en Londres, ya que su prioridad era consolidar la educación de su hija Merceditas. Aprovechó la presencia de algunos funcionarios del gobierno de Bolívar para mantener reuniones y enterarse de la situación americana. Sin embargo, el encuentro con sus compatriotas en la capital inglesa no fue nada grato. Alvear y Rivadavia comenzaron a difundir rumores para desprestigiarlo. Alvear, por ejemplo, envió cartas a Buenos Aires para que la prensa difunda, con toda la mala intención, la noticia de que San Martín quería reinstaurar la monarquía en América.
La situación de sus finanzas obligó a San Martín a regresar al Río de la Plata en 1829. Quería obtener rentas de unas propiedades que poseía en Buenos Aires, Mendoza y Chile, por lo que necesitaba organizar cuestiones burocráticas y dejar administradores a cargo. Al llegar, el panorama político no lo recibió del mejor modo. La presidencia de Rivadavia sólo duró unos meses entre 1826 y 1827, en medio de un conflicto bélico con Brasil.
El enfrentamiento entre Lavalle y el federal Manuel Dorrego culminó con el fusilamiento de este último, por entonces gobernador de Buenos Aires. Esta situación causó malestar popular contra los unitarios y dejó el camino abierto para que Juan Manuel de Rosas se ponga al frente del partido federal. Apoyado por sectores rurales, Rosas accedió a la gobernación de Buenos Aires en 1829.
En palabras del historiador John Lynch, San Martín no tenía una buena relación con el arte de la política, tal como sucedió en Lima. Su mundo eran las armas. Por lo tanto, tomó una actitud indiferente ante el clima de inestabilidad que se vivía en el Río de la Plata.
Luego de gestionar el cuidado de sus propiedades, San Martín retornó a Europa para vivir en Francia, cerca de París. Aprovechó el tiempo para apoyar el matrimonio de su hija con Mariano Balcarce, hijo de Antonio González Balcarce, un buen amigo suyo. En 1833 nació María Mercedes y el libertador se convirtió en abuelo.
Mientras tanto, los tiempos políticos en nuestro país consolidaban el gobierno de Rosas. Para Lynch, existía en San Martín una tensión entre libertad y autoridad que no le permitía tomar una posición definitiva con respecto al rosismo. No sentía agrado por la persecución política, pero consideraba que una figura fuerte era la única alternativa para lograr cierto orden. Con el paso de los años, San Martín fue virando su posición hasta apoyar al gobernador. En 1838, con motivo del bloqueo francés al puerto de Buenos Aires, San Martín ofreció sus servicios militares, sensibilizado por el desaire a la independencia americana. En tono elegante, Rosas rechazó el ofrecimiento, ya que quería a San Martín de su lado pero no a su lado. Tiempo después, Rosas recibió como regalo el sable corvo sanmartiniano, como reconocimiento por defender “el honor del país”, esta vez con motivo del bloqueo anglo-francés de 1845.
Instalado en Boulogne Sur Mer desde 1848, San Martín aprovechaba el tiempo para pasarlo junto a sus nietas (la familia se había agrandado con la llegada de Josefa), limpiar armas y lidiar con enfermedades. En un interesante estudio, el Dr. López Rosetti detalla una larga historia clínica: gota, reuma, úlceras estomacales, heridas de guerra, cólera y tuberculosis fueron algunas de las afecciones de San Martín. El opio y los baños termales eran los paliativos momentáneos para sus dolores.